ETQQ/ 03 Abr 2019.- Venezuela vive uno de los momentos más calamitosos de su historia. La caída total del sistema eléctrico nacional es una tragedia que los venezolanos vienen padeciendo con gran fuerza desde hace años, y que ha llegado a su clímax desde el 07 de marzo.
El sistema completo venezolano posee una capacidad instalada de 34.000 megavatios, de los cuales se están generando a duras penas entre 5.500 y 6.000 megavatios.
El colapso que hoy se experimenta es el producto de una larga lista de desidia, desinversión y corrupción en el sector, y ya hablar de reparación y puesta en marcha del sistema luce a algo que todos los venezolanos sabemos nos puede tomar meses e incluso años.
Tras el éxodo de unos 25.000 trabajadores del sector eléctrico, en medio de una diáspora de 2,7 millones de venezolanos que ha emigrado desde 2015, al régimen no le queda mano de obra calificada.
A ello súmese la desprofesionalización del personal debido a la partidización política del sector eléctrico. El resultado salta a la vista y se sufre en este momento.
Los venezolanos hemos aprendido que cada vez que el régimen anuncia un “plan” de algo, el factor incertidumbre, de la mano de la desidia y la indolencia son norma.
Cuando el régimen habló de “plan de contingencia” y racionamientos, para la inmensa mayoría eso significó que entonces no habrá más electricidad en condiciones normales durante muchos meses, y tal vez incluso hasta años.
Los apagones en Venezuela nos conducen a una situación de incertidumbre indefinida.
Ante una realidad comprobada nos preguntamos ¿qué vamos a hacer?, ¿vamos a acostumbrarnos a no tener calidad de vida?, ¿vamos a reaccionar de algún modo en el que podamos hacer alguna diferencia?
La resiliencia no debe ser confundida con la costumbre. Una cosa es sobrellevar las adversidades y crecer de ellas,como sucede con una actitud resilente, pero otra cosa muy diferente es acostumbrarse a las adversidades.
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